24 jul 2012

Epístola para Juan Alcaide

Juan Alcaide - Ilustración por Gregorio Prieto“Sólo el poeta puede / mirar lo que está lejos / dentro del alma...” 
Antonio Machado.

“Poeta de La Mancha”:

Siento latir tu corazón entre las viñas, iluminando valores esenciales que nunca mueren.

Poesía verdadera: cultura de molinos y gigantes, cigarras, hormigas, racimos de sueños..., jaraíces, tinajas y mostos, alas de carne.

Palabras sencillas: fragua, martillo, yunque, arado, yunta, jornalero, surcos... Aroma de colmenas y pozos, metáforas, cardenchas en flor.

Versos desnudos: libros, escuelas, alondras, señales puras del camino. Raíces, encinas, olivos, “tierra seca...” Sed, desengaños, lágrimas, soledad y silenciosas preguntas a Dios.

Poemas imborrables, elegías con sabor amargo, mimbres rotos de pena: Carmen desolada por Juan Vicente..., sus labios dormidos, sin entregarte toda la ternura.

Juan Alcaide Sánchez, luz valdepeñera nacida del amor, siempre buscabas un cielo que necesita románticos poetas. Aquel día tus ojos ascendieron, inocentes, cada vez más alto... No compartimos el pan bueno, las inquietudes, ni platicamos de musas, hermosas dulcineas y valientes quijotes.

Ciegan el alma corrosivas dudas, pero las cosas suceden así. Tenía tres años, sólo recuerdo: “Dale un beso a mamá, que está dormida.” Duras tareas dañaron mis pulmones y de su sangre germinó poesía, cebadas y trigos que agitan los vientos.

En “El Trascacho”, bodega del noble caporal Andrés Cejudo, tuve la suerte de recitar y brindar con vino nuevo (“A la paz de Dios, hermanos”), junto a tus fieles amigos: Gregorio Prieto, Sagrario Torres, Ángel Crespo, Francisco Creis...

Poetas de tu generación (“sacrificada durante la posguerra”), Luis Rosales, Gloria Fuertes, José Hierro..., conocían tus gritos conmovedores frente a la barbarie: “Esos hombres tendidos,/ abrazados al suelo,/ comiéndose la sombra de la acera,/ tienen dentro sus nidos,/ sus pedazos de cielo,/ su estampa de caliente primavera./ Tienen dentro su ser, / fuera el empuje trágico/ de la lucha que les lanza;/ cuando la espuma de su mar no ruge,/ trina su caracola de esperanza. /.../ Esos hombres tendidos,/ ésos, ésos,/ míralos, corazón,/ son tus hermanos,/ van a hacer una torre con sus huesos,/ para llegar al cielo con las manos.”

Somos amantes de tu poesía sincera, desgarrada, profunda... Por ello, digo en voz baja que conocí a Pilar (“¡La que tenía los ojos/ con sol de mares con niebla!”) y desde entonces te debo estas líneas. Ahora llegan tarde: seréis felices..., sin miedo a las palabras.

 “Aquella...” gran mujer (madre y abuela) guardaba muchos secretos. Sus manos temblorosas sostenían “La noria del agua muerta” (Madrid, 1936), inspirado por una pasión imposible al borde de la guerra: “La voz del agua sin vida/ es la que empieza a sonar;/ en cangilones de versos,/ cantando y contando va...”

Bendijo tu nombre, Juan, acarició despacio la dedicatoria y leyó romances escritos con tinta del alma. Fuiste su “Poeta”: entrañable maestro, ganabas el pan enseñando a los niños amor, honradez y belleza, versos maravillosos de Lorca y de Machado, cómo ser hombres libres..., ángeles para cambiar este mundo siniestro.

Aún era muy bonita, frágil amapola manchega. Pilar supo que no volveríamos a vernos y besó vuestro libro, lleno de dignidad, luminoso chilanco donde la vida triunfa sobre la muerte: “Y es que está seca la fuente.../ y ¡gira la noria, gira!”

José-María González Ortega. (Ciudad Real. Julio de 2012)



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